domingo, 26 de agosto de 2007

Modernos ataques contra la familia

UNA CONTRIBUCIÓN A LA PASTORAL DE "MATRIMONIO Y FAMILIA" P. Carlos M. Buela VE


III. LA AUTORIDAD EN LA FAMILIA
La autoridad no es algo malo, sino bueno y "muy bueno", por cuanto viene de Dios, como lo manifestó N.S. Jesucristo a Pilato: "No tendrías poder alguno sobre mí si no te hubiera sido dado de lo alto" (Jn 19,11), y como lo enseña San Pablo: "Todos estén sometidos a las autoridades superiores. Porque no hay autoridad que no provenga de Dios, y cuantas existen han sido establecidas por Dios. De modo que quien desobedece a las autoridades, desobedece a la ordenación de Dios. Por lo tanto, los que tal hacen, ellos mismos se acarrean la condenación" (Rom 13,1-2).
La autoridad familiar, por lo tanto, debe ser respetada, honrada y obedecida, "como obedeciendo a Dios y no a los hombres" (Col 3,23).
Opiniones sobre la autoridad familia¨:
- Algunos afirman que toda autoridad es mala, y por eso la combaten, como los anarquistas;
- otros sostienen que tiene que desaparecer, como algunos liberales;
- los marxistas dicen que es alienante (donde ellos no dominan);
- para los freudianos es fruto del complejo de Edipo;
- los roussonianos pretenden que se origina en el libre consentimiento de los componentes de la familia;
- otros la diluyen en un puro y vacío servicio, en el que sólo se hace el gusto de los súbitos, como en el democratismo demagógico, civil o eclesial, que sólo busca "halagar los oídos" (cf. 2 Tim 4,4).
Y es que el hombre moderno, en general, se rebela "contra cualquier forma de autoridad o de preeminencia y de estructura prevalente", porque los hombres, como dice Chesterton:
"en la acción de destruir la idea de la autoridad divina, hemos destruido sobradamente la idea de la autoridad humana".

Doctrina de la Iglesia.
Muy otra es la doctrina católica sobre la autoridad familiar: "La potestad de los padres de familia tiene cierta expresa imagen y forma de la autoridad que hay en Dios, 'de quien trae su nombre toda paternidad en los cielos y en la tierra'(Ef. 3,15)".
Jesús enseña que quien tiene la autoridad debe servir, pero no en el rango inferior de felpudo, sino en la categoria de padre, en el seno de la familia.

Subversión de 1a autoridad familiar
La actual subversión de la autoridad en la familia es grave. Lo veremos en tres niveles respecto de los padres, respecto de los esposos y respecto de los hijos.

EN LOS PADRES
Hoy en día es común ver a los padres inhibidos para mandar.
Con la excusa de ser amigo del hijo –lo que no está mal– el padre se convierte en amigote, en compañero de patota, en compinche, cuando no en cómplice, y esto está muy mal
Los padres se han vuelto incapaces de castigar y, por lo tanto, impotentes para educar, ya que al hombre se lo educa premiando lo que hace bien y castigando lo que hace mal.
Así como hay toda una campaña contra la autoridad familiar, porque viene de Dios y porque es necesaria para que la comunidad "no se disuelva y se vea privada de lograr el fin para el que nació y fue constituida". Hay igualmente toda una campaña en contra del sano ejercicio de la autoridad, como es el castigar prudentemente las faltas.
Como no es mala la autoridad, tampoco es malo el justo ejercicio de la misma. León XIII enseña:
"Esta autoridad toma de Dios no sólo el origen y la fuerza, sino que recibe también necesariamente su naturaleza y su índole. De aquí que el Apóstol exhorte a los hijos a 'obedecer a sus padres en el Señor y a honrar a su padre y a su madre, que es el primer mandamiento con promesa' (Ef 6,1-2)".


La corrección educativa
Cuando la corrección y el castigo se efectúan en forma prudente y dosificada se convierten en poderosos auxiliares de la educación. Para ello, es muy útil tener presente aquel dicho:
"Si basta para corregir una mirada, no hagas un gesto; si basta un gesto, no digas una palabra; si basta una palabra, no pegues un grito; si basta un grito, no des una penitencia...".
El autor de la Epístola a los Hebreos se pregunta: "¿Qué hijo hay a quien su padre no corrige?" (Hebr 12,7). Y en otra parte enseña el Espíritu Santo: "El que ahorra la vara aborrece a su hijo; mas quien le ama, le corrige continuamente" (Prov 13,24).
Es claro que este castigo debe ser proporcional a la falta y debe ser mejor en menos que en más. Luego de hacerle tomar conciencia al hijo de lo que hizo mal, es muy provechoso preguntarle qué castigo se merece. El niño, que tiene un gran sentido de la justicia, generalmente se impone un castigo más grande del que le impondría el padre. Aquí es cuando éste debe aprovechar la ocasión para disminuir el castigo, juntando la misericordia a la justicia.
El castigo no debe ser muy largo y debe ser oportuno: si no se aplica en el momento dado, mejor es no aplicarlo que aplicarlo más tarde. Pero, sobre todas las cosas, el castigo debe ser medicinal, o sea ,que remedie y no que exacerbe. Por lo tanto, si el padre está airado, será mejor que suspenda el castigo, porque seguro que se excederá, inutilizando así el poder educativo de la corrección, que ya no brotará del amor paterno en pro del bien del hijo, sino del mal humor o de los nervios, lo que más bien sabe a venganza, a despecho e, incluso, a egoísmo.

Subversión de la corrección
Todas las falsas razones esgrimidas por ciertos psicoanalistas y pedagogos en contra de la autoridad de la familia, como ser: "los tiempos nuevos"; la "diferencia generacional'; "no crear traumas", etc., no son más que excusas para formar hijos degenerados.
Como expresión paradigmática de todo un ambiente disolvente de la autoridad, advirtamos lo subversivo y destructor de un escrito de Kahlil Gibran, cuyas obras se venden prácticamente en los kioscos de todo Buenos Aires, sobre todo por estar revestido de un cierto ropaje poético:
"Tus hijos no son tus hijos". ¿Serán del lechero? ¿O son hijos de nadie? ¿O quiere que sean del Estado?
"No vienen de ti, sino a través de ti". Esto es considerar a los padres como meros medios, como es un caño o un colectivo. ¿Acaso los hijos no son carne de la carne y sangre de la sangre de sus padres? ¿O los padres no son el verdadero principio y origen de sus hijos?
– "Aunque estén contigo, no te pertenecen". O sea dales de comer, de beber, de vestir, de estudiar, dales cariño y dales dinero, pero no te preocupes si se hacen ladrones, homosexuales, guerrilleros o drogadictos...
Lo cual es como decir: debes ser ciego, sordo, manco y mudo en todo lo que se refiere a tus hijos...
- "Puedes darle tu amor, pero no tus pensamientos, pues ellos tienen sus propios pensamientos". Nótese cómo habla del amor, pero anula el segundo aspecto del fin primario, es decir, educar cristianamente a los hijos.
– "Puedes esforzarte en ser como ellos, pero no procures hacerlos semejantes a ti". O sea: pasen los padres el día jugando a los soldaditos, a las muñecas, a la rayuela, al Don Pirulero, al balero... pero no exijan a sus hijos que estudien, ni que trabajen, ni que sean ordenados, ni que sean limpios, ni que se sujeten a un horario, ni que asuman responsabilidades según sus posibilidades. Es decir, ¡una educación liberadora ejemplar!
Quiero narrar una anécdota personal que manifiesta la necedad de esta mentalidad adversa a la autoridad, que se ve forzada a reconocerla de hecho, a pesar de su negación verbal. Al poco tiempo de ser ordenado sacerdote, fui a celebrar la Santa Misa a una comunidad de religiosas. Al terminar, me quedé conversando un rato con ellas. Ingenuamente, pregunté quién era la Superiora. Se miraron entre ellas, y riendo, me respondió una: –"Padre, entre nosotras no hay Superiora, porque significaría que las demás somos inferiores". Quedé cortado y, a la vez, intrigado, y volví a preguntar: "Pero, ¿cómo llaman a la que coordina todo, a la que hace de cabeza?". A coro contestaron "Responsable". No pude contenerme y les dije: "Perdonen, Hermanas, pero eso significa que todas Uds. son unas irresponsables". Se quedaron serias y no pude menos que sonreirme con fruición, ante una bobería más del progresismo
Concluyendo: reafirmemos la autoridad familiar de los padres. Según una encuesta, la razón del auge tan grande de la delincuencia infanto-juvenil se debe a la desaparición de la autoridad paterna en la familia. Asimismo, algunos psicólogos denuncian como una de las causas de la sodomía la falta de autoridad en la familia, porque buscan al padre o a la madre que no tuvieron, ya que éstos fueron débiles.

EN LOS HIJOS
Correlativa de la crisis de autoridad en los padres es la crisis de obediencia en los hijos.
Aquí también nos encontramos con toda una diabólica campaña para llevar a los hijos a la rebelión contra sus padres, tratando de liberarlos de la tutela paterna y materna. En modo particular, se busca exacerbar la independencia natural que los jóvenes comienzan a tener en la pubertad y primera adolescencia, para apartarlos totalmente de sus progenitores y captarlos para las ideas disolventes.
Conviene recordar que el adoctrinamiento subversivo y marxista no comienza en la universidad, sino en los colegios secundarios –y antes, también primarios– aprovechando el fenómeno biopsicológico de la crisis de afirmación juvenil y de la originalidad del yo.
Al cortarse los sagrados vínculos, de sangre y de afectos, el joven no sólo se halla indefenso frente a la agresión de ideologías subversivas, sino que sufre una profunda deformación en su personalidad. Y esto es explicable, porque según Santo Tomás, la familia es el segundo útero. Y así como el hombre necesita del primero para existir, ser alimentado, tener un "clima" propicio, estar protegido y desarrollarse, así también necesita normalmente de la familia para existir, para sobrevivir, para madurar como persona humana, para alimentar su espíritu con el aprendizaje de todas las virtudes, para no exponerse prematuramente a los peligros que acechan en la vida pública, en una palabra: para aprender a vivir y a amar.
Así como abortar es dejar a la persona en estado de feto, análogamente podemos decir que –salvo excepciones y sólo por razones justas– apartar prematura y totalmente a los hijos de sus padres es hacerlos abortar del segundo útero y condenarlos de por vida a ser fetos en el orden psíquico y afectivo. El elocuente testimonio de los delincuentes juveniles no hace sino confirmarlo.
Pero hay todavía una intención más aviesa. Una vez destruidos los lazos sagrados que unen al hijo con sus padres carnales, resulta muy fácil destruir los lazos sagrados que unen al hijo de Dios por adopción con su Padre Celestial. La proyección de uno a otro caso se realiza incluso inconscientemente. Si un hijo no ama, no respeta, obedece ni honra al padre a quien ve, ¿acaso amará, respetará, obedecerá y honrará a Dios Padre, a quien no ve? (cf. Jn 4,20).
También, como señala San Pablo, se puede recorrer el camino en sentido inverso, como en aquellos que, por negar a Dios, el mismo Dios los entrega "a su réprobo sentir que los lleva a cometer torpezas y a llenarse de toda injusticia", entre las que el Apóstol señala el ser "rebeldes a sus padres" y "desamorados" (Rom 1, 21; 28, 30-31). Ese será un pecado característico de los últimos tiempos (cf. 2 Tim 3,1 y ss.).
Toda esta campaña contra la obediencia filial se concreta en cientos de slogans falaces, repetidos aquí y allá, en distintas formas, pero con idéntico fin. Algunos de ellos, entre muchos:
- "Los padres son antiguos": cuando resulta que esto se explica, como dice Chesterton, "por el sencillo hecho material perceptible aun para los intelectuales, de ser los hijos, por regla general, más jóvenes que los padres", como ha ocurrido desde Adán y Abel hasta nuestros días, y como ocurrirá hasta el último hijo...
- "Los padres no comprenden a sus hijos": generalmente los comprenden mucho mejor que ellos a sí mismos, ya que tienen más experiencia y gracia de estado para ello.
- "Los padres tienen que cambiar": lo que significa, más o menos, que deben obedecer a sus hijos y convertirse en muchachitos, como esos eternos Don Fulgencios, que luchan denodadamente a fuerza de masajes, dietas, tinturas y cremas para ser más jóvenes y más modernos que sus hijos, rodeándose de cierto aire de despreocupación y ligereza propias de los jóvenes, cuando, en realidad, viven obsesionados por la aguja de la balanza y por el insobornable espejo denunciador de arrugas.
- "Los padres mandan cosas injustas": esto se dice generalmente cuando les mandan algo que los hijos no quieren obedecer, olvidándose del consejo de Martín Fierro:
"Obedezca el que obedece y será bueno el que manda".

Defectos de los padres
- En nada excusa de los deberes filiales el hecho de que los padres no tengan estudios primarios o secundarios: muchos no tuvieron la posibilidad de hacerlo y quienes se avergüenzan de sus padres deberían recordar siempre que si ellos saben algo se lo deben al sacrificio de sus padres.
- Otros se avergüenzan de sus padres porque son pobres: olvidan que en la vida todos no tienen las mismas posibilidades ni los mismos talentos y que la pobreza digna es una gran riqueza.
- Otros tienen la desgracia de tener padres viciosos (alcohólicos, jugadores, mujeriegos, etc...); en vez de denigrarlos, harían mucho mejor en ayudarlos y observar lo que hacen de malo para no caer ellos mismos en esos vicios el día de mañana.
- Otros tienen a sus padres peleados entre sí: en lugar de despotricar contra ellos y sacar ventaja de tal situación –obteniendo permisos, regalos, etc. de uno o de otro–, deberían ser el vínculo de la paz, rezando mucho a Dios y pidiéndole que los una nuevamente en el amor (conocí a un joven que rezó durante más de ocho años, pidiendo esa gracia que parecía imposible, y Dios le concedió a sus padres muchos años de estable y feliz concordia). Es un gravísimo error empujar a los cónyuges a la separación para que no den mal ejemplo con sus peleas a los hijos. Salvo casos excepcionales, mucho más mal les hace a los hijos el saber que sus padres están irremediablemente separados. Mientras estén juntos, aunque peleados, siempre les queda a los hijos la esperanza de que algún día comiencen a quererse bien.
- Los que tienen a sus padres separados, luchen por no guardar rencor en su corazón. Antes que juzgarlos, trabajen en la virtud para ser buenos padres el día de mañana, teniendo la certeza que las desavenencias de los padres no se heredan, porque, si bien condicionan, no determinan.

La desobediencia a los padres
Las consecuencias para quienes desobedecen a sus padres son muy graves, porque se oponen a Dios, al no cumplir su Voluntad, expresada en el cuarto mandamiento de su santa ley, y, por lo tanto: -no se santifican;
-se les va llenando el corazón de resentimiento contra sus padres, contra la sociedad y contra el mismo Dios;
-viven mezquinamente, sin grandeza de alma;
-son egoístas e ingratos para con el amor más desinteresado que existe: el de los padres;
-se incapacitan para ser buenos padres el día de mañana; y
-se convierten en los eternos frustrados.
De ahí que Nuestro Señor no dejó de recordar el precepto de los antiguos:
"Quien maldijere a su padre o a su madre, sea muerto" (Mt 1 5,4).

Y San Pablo: "Hijos, obedeced a vuestros padres en todo, porque esto es agradable al Señor" (Col 3,20; cf. Ef 6,1; 1 Tim 5,4; etc.).
El único límite que tiene la obediencia a los padres es la voluntad de Dios, puesto que se debe "obedecer a Dios antes que a los hombres" (Act 5,29), debiendo los padres abstenerse de mandar aquello que sea pecado grave, o intentar torcer una vocación divina, etc.

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